El 10 de abril de 2019 tuve un día libre en una competencia de vela cerca de Algarrobo. Mi papá y yo fuimos por el día a Valparaíso, una ciudad costera de puertos que está como a una hora y media en auto al noroeste de la capital de Chile, Santiago.
Para llegar a Valparaíso hay que manejar por kilómetros de viñas y se llega a la ciudad de repente. En las afueras, la mayoría de las casas son rojas y se ven bien destartaladas. Alrededor de los puertos, en el centro de la ciudad, hay un montón de mercados donde se venden cosas viejas. Los funiculares (ascensores que se mueven sobre rieles de trenes) te llevan gratis a unas partes antiguas de la ciudad que son preciosas, por las que no andan autos.
Desde lejos, la ciudad es vibrante y está llena de colores. Todas las casas están pintadas con arte callejero. Se ve artístico, muy distinto al graffiti. Hay cientos de bares en las azoteas por todos lados, con vistas espectaculares al mar.
Caminar por Valparaíso es harto trabajo, porque la ciudad completa está construida en laderas empinadas. Pero es entretenido, porque a veces das vuelta a la esquina y hay una pendiente que te lleva más abajo.
Hay cientos de perros callejeros por todas partes. Usan los pasos de cebra y saben dónde parar en las luces rojas. Hasta tienen su propia canastita al lado de la calle. Me dio la impresión de que los perros tienen la misma importancia que las personas que viven en la ciudad.
En Valparaíso hay algo nuevo en cada esquina. Dan ganas de seguir caminando por semanas y perderse. Es una ciudad llena de color, diversión y vida.